1974

Es tan extraño perseguir la ilusión del año que nace, como maldecir las derrotas del año que muere. 2013 fue muy 1973. Y espero que 2014 no sea nada 1974. Ahora que la M40 vuelve a oler a gasoil quemado y que no queda más remedio que mirar a la primavera como el oasis más cercano, me pregunto dónde tropezaremos este año. Dos leyes mofeta están en camino. La del aborto permitirá que miremos a las mujeres como seres menores incapaces de decidir lo que ocurre dentro de su cuerpo. Y la de seguridad ciudadana nos ayudará por fin a ver a la policía de color gris y a los vigilantes de seguridad como los tipos más orgullosos de la calle, porque les piensan regalar la calle.

Me asomo a la ventana y vuelvo a ver a los pies negros escondiendo su ropa y sábanas en la alcantarilla. Micheal Schumacher ha desaparecido de las portadas. Me arrepiento de no haberle regalado la pizza al tipo que rajaba mi bolsa de basura frente a mi portal. Miro el asfalto de mi barrio y entiendo que por fin vivo en una urbanización con campo de golf. He vuelto a soñar que me queda una asignatura para acabar la carrera. Reviso mi cuenta corriente y La Caixa me ha vuelto a hacer uno de esos cargos de mantenimiento que valen una compra en el super. Quiero afeitarme a ras por primera vez en tres años y no me atrevo. Escucho a Dj Shadow y no comprendo nada. Leo que han detenido a cuatro reporteros de Al Jazira en El Cairo y pienso en Rocío y su afición por saltarse los toques de queda.

Tengo que llamar a mi tío Carlos. Nunca lo hago. Y estaría bien que supiera que su colección de discos vuelve a girar veinte años después. Pienso en mi abuela. Tampoco la llamo. No puedo. Me mata la pena. 2 de enero de 1974. Todavía no he nacido, mis padres están a punto de conocerse, Gallardón todavía va a misa, Rajoy sueña con el país silencioso que gobernará algún día, faltan nueve años para que nazca mi mujer y la vida, la vida que tendré, me sorprende de nuevo esta mañana. Espero que encontremos ruido con el que bailar. Me encanta bailar.

‘Tiene bacalao, tiene melodía’

Perro, música, Murcia, ruido, marcianos, murcianos, esclavos del absurdo, dueños de letras libres, cortas y explosivas, nuevo disco, ‘tiene bacalao, tiene melodía’, Perro, Guille, Adrián, Fran y Aarón, miel de moscas, mucha música, Perro, música, Murcia. No mentiré mucho. Anoche imaginé que mi abuela era la reina de Inglaterra. Antes, cuando invité a dos amigos a acompañarme a la presentación del primer disco de Perro, ‘tiene bacalao, tiene melodía, respondí a la gran duda de Ortichi copón: ¿te gusta realmente la música que hacen o das el follón porque uno de ellos es tu primo? Guille es mi primo, sí, y esto ya no lo puedo cambiar, menudo disgusto familiar si decido abandonar al perro; además, me gusta, cada vez más, la música que hace Perro. Me gusta que el primer batería, Aarón, desapareciera en un crucero con episodios eróticos en Brasil. Me gusta que de la huerta surgiera para sustituirle Fran, un tipo con hormonas lisérgicas que me besa, que también me llama primo y que podría desmontarme con dos giros de muñeca. Me gusta que Aarón volviera como segundo batería y sin camiseta. Me gustan los silencios de Adrián, su pose imposible de posible imposible. Y me gusta Guille, mi primo. Los cuatro perros. Perro.

A casi nadie que conozca y les conozca le gusta el nombre de la banda. Y ni ellos son capaces de explicar con cierta precisión por qué se bautizaron así. Seguramente tomaron la decisión en un sofá. Pero quizá duerme ahí su gran secreto, en el sofá. No saben muy bien qué hacen y por qué lo hacen, pero con cada improvisación resulta más espontáneo su sonido y sus micro relatos llenos de pequeños incendios fuera de control en directo, indiscriminados alegatos hacia el absurdo más divertido que he escuchado en mucho tiempo. »

El 31 de enero tocarán en la sala Siroco de Madrid. Antes y después girarán por muchas ciudades españolas. Ojalá cale su alocada manera de entender un mundo que no entienden, pero casi mejor así.

«Me salí a fumar, me salí a fumar… no podía aguantar, me salí a fumar…los amigos de siempre están de mi lado, los antiguos egipcios me dan la mano, todo el mundo confirma que es demasiado, que nunca digas la verdad». Lo dicho, intenté no mentir demasiado. Y a bailar.

http://perro.bandcamp.com/

La pregunta del manguta, ¿por qué Özil?

Mi querido sobrino Sergio Gómez, más conocido como ‘el manguta’, lleva todo el día llorando que se hace del Atleti. Dice que no entiende qué ha empujado a Florentino Pérez a traspasar a Mesut Özil al Arsenal. «Podían vender a Khedira o a Modric, ¡pero a Mesut!, no lo comprendo», lamentaba. Para mí ha sido también una desagradable sorpresa.

Durante la pasada temporada bromeaba con los amigos cada vez que el alemán improvisaba un control, un amago o una asistencia, sentenciando que Özil era como el atún rojo. Único, especial y capaz de inventar sobre la marcha lo que para la gran mayoría es inimaginable. Un futbolista marginado a los costados por Mourinho, cuya única falta imputable era su pereza para perseguir a los laterales rivales. Reproche heredado por Carlo Ancelotti. Una pérdida irreparable para el Madrid, que con el traspaso de Mesut impone una carga quizá excesiva sobre Isco, el único especialista en el último pase del equipo desde hoy. Muchos gritarán que Modric también puede asumir ese rol. Buena suerte, Luka.

La marcha del media punta alemán es una noticia terrible para un equipo que hace un mes arrancaba la temporada libre de las cargas tóxicas que dinamitaron la plantilla el curso pasado, pero que en 30 días acumula ya una suma de incendios preocupante.  Cristiano Ronaldo, la estrella del equipo, esto es indiscutible, no sólo no ha renovado, sino que asiste estos días en silencio a la culminación de la última súper producción de Florentino Pérez, que se ha gastado 100 millones de euros en comprar a Bale, un recién llegado al fútbol de élite del que en España nadie puede juntar más de 60 planos, y que ya disfruta de un salario superior al del portugués. Además, Ancelotti decidió navegar, bien o mal aconsejado, por el único charco ingobernable, la portería. El domingo, el italiano dijo en rueda de prensa que la suplencia de Özil era simplemente una decisión técnica. Hoy, Arbeloa confesaba que el alemán se despidió de él tras el partido con el Athletic.  Ramos directamente lamentaba su marcha como si al equipo le hubieran amputado un pie. Eso sí, una vez consumado el traspaso, flota una sensación: el alemán era el único activo del club con  un padre muy pesado y el valor de mercado suficiente para soportar la compra más cara en la historia del fútbol.

La afición echará de menos a Mesut, que se marcha del club con 24 años y tras llegar a la conclusión de que no tenía sitio en el Real Madrid. Tremendo disparate. Por cierto, quedan para el recuerdo las señales de silencio que Florentino Pérez lanzaba al público que asistió a la presentación de Bale y que protestaba al grito de «Özil no se vende». Pues lo vendieron, ‘manguta’, lo vendieron.

La ‘Bale epoque’

En doce horas arranca en el Santiago Bernabéu la nueva puesta en escena de la última locura financiara de Florentino Pérez, mientras por la puerta de atrás huye Kakà, protagonista de la penúltima puesta en escena de la penúltima locura financiara del presidente del Real Madrid. El evento podría culminar con la venta de Mesut Özil, atomizado por el efecto Isco, y sin sitio en un equipo maquillado a última hora con un tiro al aire.

De Bale se espera todo. Si es lo que parece, tendrá que demostrar mucho más. Y si ni se aproxima al jugador que marca su precio, el ruido llegará a Nueva Zelanda. La apuesta por el jugador galés es tan arriesgada, que asusta pensar que al joven talento le cueste adaptarse al equipo o la liga. Sólo queda observar y juzgar. Y medir el ruido, claro.

También será curioso calibrar el efecto que el sueldo que recibirá el británico desatará en el vestuario. Sobre todo en Cristiano, que esta noche ya no es el futbolista mejor pagado de la plantilla, y que hasta hoy, que se sepa, no ha renovado.

Eso sí, en un rato, la chiquillería inundará las gradas del Bernabéu para celebrar el parto más largo del verano, el fichaje más caro de la historia y la apuesta más valiente y alocada de Florentino Pérez, que se ha tirado a la piscina del mercado para comprar a un futbolista brillante pero sin méritos en el currículo que justifiquen tremenda inversión. En cualquier caso, qué más da. Abran los ojos, porque en 12 horas arranca la ‘Bale epoque’.

Un último milagro camino de Brasil

Ya no parece una decisión puntual. Para Carlo Ancelotti, Diego López es el portero titular del Real Madrid, y Casillas, el suplente. Por tanto, Iker necesita hoy un último milagro para jugar el Mundial de Brasil como portero del Real Madrid.

Si se repasan todos los episodios de esta historia, Casillas encadena una inacabable secuencia de desgracias. Del desprecio de Mourinho, que le señaló como el espía que inundó con rumores y filtraciones el vestuario, a su mano pateada por Arbeloa en Mestalla. Y por supuesto, la irrupción desde el olvido del fútbol del portero suplente del Sevilla, aquel tipo larguísimo que saltó del Madrid para buscarse la vida en el Villarreal, y que soportaba con resignación, antes de resucitar, los fantasmas del descenso dos años antes con los castellonenses; es decir, la deriva de su carrera hacia la nada. Inimaginable. Diego López regresando de los abismos del oficio para arrebatarle la portería del Real Madrid al mejor guardameta del mundo. Inimaginable.

Ancelotti no sólo ha tomado la decisión más resbaladiza, lo sencillo hubiera sido devolverle la titularidad a Casillas, además, presume con sus gestos de ello. Cuando Diego López saltó a calentar el pasado jueves cinco minutos antes del descanso durante el trofeo Bernabéu, el portero titular y su entrenador tropezaron con las emociones de una afición demasiado trajinada durante los últimos años, como para soportar, de nuevo, las piruetas del jefe, ya sean inocentes o retorcidas, con la excepción del fondo sur, claro.

De Diego López no se recuerdan palabras ácidas ni grandes errores reprochables en el campo. Sí la casi inalcanzable virtud de soportar la presión que rodea a la gestión política y deportiva de la portería, y una virtuosa colección de paradas en partidos importantes. Eso sí, desde su irrupción, el equipo ha caído en los grandes envites. Sus milagros no alcanzaron en Dortmund ni en la final de Copa. Y tras observar durante hora y media la mímica del portero el pasado domingo frente al Betis, conserva los lastres que nunca logró limar. Cerca de los dos metros de altura, sorprenden sus limitaciones para limpiar el juego aéreo rival (lo que Sergio Gómez bautizó como ‘el loft de Diego López’). También su falta de convicción para jugar adelantado para evitar los oasis a la espalda de la defensa. Sergio Ramos necesitaría horas para explicar lo que calla en el campo pero dice con la expresiones incontenibles de los gestos de su cara.

Casillas es mejor portero que Diego López. Lo es hoy y lo ha sido siempre. Pero es cierto que lleva casi seis meses sin jugar más de dos partidos seguidos con asiduidad. Sólo ahí puede residir el empeño de Ancelotti en dar la titularidad al gallego. Todo lo demás trascendería el buen carácter que todos le presuponen al italiano, para acelerar la vieja teoría de que Iker está sentenciado por razones políticas. El último deseo que la galaxia blanca le habría concedido a Mourinho. Si éste es el desenlace, Diego necesitará demasiados milagros para evitar que el último mito alumbrado por el Bernabéu palmee de nuevo el larguero de su portería.

Rocío, la inmigrante más rara

Rocío López es la inmigrante más rara que conozco. Quizá, también la más valiente. A estas horas andará con prisas por el aeropuerto de El Cairo, casi lista para embarcar, y preguntándose si echó el pasaporte en el bolso. Regresa a Madrid para asistir a la boda de su amigo Guille. Atrás deja decenas de crónicas para El País, El Periódico, La Razón y Telecinco escritas o cantadas en una ciudad desangrada por venganzas y odios lejanos para nosotros. Retratos de un horror cotidiano, que Rocío ha narrado con pulcritud.

Rocío no trabaja directamente para ninguno de estos medios. Se busca la vida. Una periodista de aspecto frágil y menudo que se mueve como nadie por el caos de una capital que huele a guerra civil. Entender por qué Rocío eligió esa ciudad siendo mujer y estando en el paro es complejo. Manejaba el idioma y el oficio. Pero El Cairo no es Londres ni París. Sí, una urbe machista, pobre, caótica y en la que los turistas, hasta hace poco, solo descubrían dónde estaban, alejándose de los recorridos patrocinados por papá estado. Rocío no dudó. Se lanzó a una aventura arriesgada que estoy deseando me cuente botella de vino tras botella de vino.

Álida, mi chica, y su amiga desde hace una década, yo en esta historia soy un intruso, se va a buscarla a Barajas. En casa, Rocío va a ser intoxicada. Morcillas, chorizos, longanizas y toda una colección de embutidos que lleva meses sin probar, ya esperan a la inmigrante más rara que he conocido.

No

Ahora que en cualquier momento puede sonar mi teléfono para anunciarme que Rajoy solicita mis servicios para defender a España en Gibraltar, no hice la mili, pero no dudaría ni un instante en aceptar el honor de rendir cuentas con los llanitos por su intolerable manía de mezclar el inglés y el español con acento gaditano, reivindico el poder de las imágenes para contar cosas realmente importantes.

Anoche vi ‘No’, película que cierra la trilogía del director Pablo Larrain sobre la transición chilena. Un relato lleno de dolor, pero que en ningún momento se aprovecha de los asesinatos, los secuestros o las torturas practicadas por el régimen de Pinochet para afligir al espectador. Basta con recordar a ‘Pinocho’. Tardaré en olvidar la escena en la que recuperan una intervención televisiva de Pinochet. El militar mira a todos los chilenos y les dice: «si me he equivocado en algo, espero me perdonen». Qué miedo.

Larrain mezcla con brillantez imágenes del archivo de la televisión chilena con las secuencias rodadas. Y os lo juro por la bandera nacional y la tortilla española, que cuesta bastante distinguir unas de otras.

  • «‘No’ es una película de aspecto feo – literalmente -sobre un período de tiempo feo. Es sucia, con poca belleza o detalles pictóricos, pero su anti-esteticismo tiene un propósito y, una vez te paran doler los ojos, se deja ver y resulta persuasiva»…
    Manohla Dargis: The New York Times

Primeros planos rotos por el sol, texturas ochenteras que hoy parecerían rodadas por un amateur, o incluso peor, enviadas por FTP. Eso sí, Larrain se sale con la suya.  Logra reconstruir la historia del referéndum que destronó al cacique. La mezquindad propagandística de cómo se rodó la franja del sí a Pinochet, y la habilidad de un marxista de mierda para evitar la censura y transformar el no en un éxito pop. Un auténtico canon sobre cómo defenderse de los eufemismos fabricados por los cerebros de los partidos políticos que hoy nos gobiernan. Incluso una oportunidad para el reproche: ¿por qué nadie ha rodado en España una película tan brillante sobre nuestra transición? Quién sabe. 

Suena mi teléfono. No es grave. No me ladra mi instructor naval (siempre pensé que me enrolaría en la cocina de un submarino). Es Gareth Bale. El pobre me llama desde una comisaría en Gibraltar. Le acaban de detener intentando cruzar la valla con un sobre. Esto me suena a la copia, de la copia de la copia. No.

 

‘El Párraga’, aquel mal estudiante con una zurda prodigiosa

 

Cuando el domingo supe que José Javier Párraga había muerto después de jugar un partido de veteranos con El Ranero, se me heló el alma. Tenía mi edad y una zurda prodigiosa. También, una presencia tan titánica como amable. Un negociador nato. El tipo que hablaba por sus amigos, el que los defendía, el que evitaba las peleas o el que daba el golpe definitivo. Desde que me trasladé a vivir a Madrid en 2007, no recuerdo haber vuelto a coincidir con él. Así que me llevo su recuerdo más legendario, el de aquel mal estudiante encantador que jugaba al fútbol como los ángeles.

La primera vez que vi al ‘Párraga’ fue en 1994. Yo me acaba de mudar desde Cartagena a Murcia. Íbamos al mismo instituto, pero jamás hablamos hasta la primera pachanga de fútbol sala. Soy incapaz de recordar la cantidad de veces que me enfrenté a él en aquella caja de zapatos de El Carmen, o en la pista del colegio de Barriomar, o en el campo de fútbol del Barnés. Lo que sí tengo fresco es el placer que producía ganarle. Siempre con el diez a la espalda, siempre manejando a su equipo desde atrás, y siempre diciéndome, «Carlicos, no tengas tanta cara», cuando me tiraba para pitar un penalti o una falta que sólo existía en mi imaginación. De la cuadrilla que siempre le acompañaba en aquellos duelos, sólo recuerdo el nombre de su hermano Raúl, quizá el tipo más habilidoso al que jamás he visto jugar en Murcia. Maldita memoria. Ojalá estuvieran aquí Rubén ‘el primo’ o ‘Antoñico’ para ayudarme a iluminar las sombras. 

A los 15 años nunca tienes suficiente. Éramos capaces de jugar cuatro horas al acabar las clases y después irnos a entrenar. El jugaba en El Ranero y yo en el Real Murcia. Durante muchos años, ambos fuimos falsos nueves, falsos interiores y falsos laterales, mientras nos cruzábamos por aquellos campos indecentes que hoy recuerdas con cariño, pero que dejaron cicatrices ya imborrables. Un buen recuerdo hoy de aquel fútbol base que no alumbró a ningún chico talentoso porque lo importante era correr. Pero Javi era otra cosa. Siempre bien colocado, siempre tocando de cara, con buena pegada, visión de juego y aquel regate que le vi a él por primera vez. Aquella pisada para limpiar la presión del rival que acababa en caño. Cómo jodía aquella maniobra, cómo jodía.

Después del periodo juvenil, ambos acabamos jugando en la liga de fútbol sala de Alcantarilla. Recordar aquel tiempo es casi un alivio. Sobre todo aquellos partidos en la pista central de entrevías que ya no existe, siempre vigilados por aquella hinchada de jubilados capaces de hacerte mucho daño con sus juicios y siempre arropados por la mirada amable del padre del ‘mister’. Un escenario en el que encontramos otra manera de mantener fresca la ilusión de pelotear cada fin de semana, preguntándonos contra quién nos enfrentábamos, o si seríamos capaces de juntar un cinco inicial tras la borrachera infinita de la noche anterior. Qué importante era que el portero no se mamara. Y cómo flotaba el olor a ron y whisky sobre la pista. Todavía me pregunto cómo éramos capaces de mantenernos en pie. Pero lo hacíamos, vaya si lo hacíamos.

No sé si se sigue celebrando el torneo de fútbol playa de la Torre de la Horadada. Espero que sí, porque si vi reinar a alguien sobre aquella arena fue a José Javier Párraga. Descanse en paz.

El ‘déjà vu’ de Florentino Pérez

Incendiado el vestuario, a José Mourinho sólo lo queda una pieza por flambear en el Real Madrid, su presidente, Florentino Pérez. La expresión francesa ‘déjà vu‘ se utiliza para recrear experiencias nuevas que uno cree haber vivido ya. Bien, pues Florentino Pérez se encuentra inmerso en pleno ‘déjà vu’. La misma pesadilla, pero con fantasmas distintos. Del terremoto galáctico que frustró su primera etapa de evangelización madridista, fracaso coronado con su dimisión en febrero de 2006, a la inquietante y descontrolada fuga que planea el dramaturgo al que le vendió su alma. El entrenador al que le entregó las llaves del club, el hombre por el que traicionó y despidió a su más fiel consejero, el arquitecto que hipnotizó a una plantilla talentosa para transformarla en un escuadrón en el que la pieza clave del dibujo para derrotar al Barcelona era Pepe, el brillante hacedor capaz de domar a las millonarias estrellas para conducirlas hacia los títulos, el actor con el perfil y los registros necesarios para atormentar hasta el hartazgo a Pep Guardiola, el conquistador de Champions League que traería a casa la tan ansiada décima Copa de Europa, ‘the special one’, alias, José Mourinho. Pero el sueño, una vez más, se desvanece.

Cuando Florentino Pérez trituró a Vicente Del Bosque la noche que el Real Madrid ganaba su vigésimo novena liga, justificó el golpe con una suma de eufemismos que hoy bien podrían utilizarse para iluminar su segunda presidencia: «el club necesita un cambio y ese cambio pasaba por la no renovación de Del Bosque, ya que éste mostraba síntomas de agotamiento. Es necesario abstraerse de la pasión y de la emoción para tomar decisiones». Ahí es nada. Florentino se tragó aquel sapo sin mucho esfuerzo, casi sin digestión. Días después aterrizaba en Madrid aquel príncipe portugués de mirada cristalina y huidiza del que pocos guardan ya algún recuerdo, salvo que se les escaparon los tres títulos en el último o penúltimo suspiro; la liga, en una pájara primaveral, la Champions, aquella final se hubiera jugado frente al Oporto que entrenaba José Mourinho, en una semifinal ganada en la prensa y perdida sobre el césped frente al Mónaco (todavía recuerdo al público del Bernabéu celebrando el gol en contra de Morientes) y la Copa, en una final ante el Zaragoza en la que Galletti marcó un gol tan raro como bello.

Lo que vino después ya es conocido. Una inacabable suma de despropósitos, aliñada con una selección de entrenadores sublime: Camacho, García Remón, Luxemburgo y López Caro. Tres de la casa de cuatro. Sin duda, Florentino intentó resucitar ‘la fórmula Del Bosque’. Pero ya era tarde. Aquel aquelarre culminó con su salida sibilina de la presidencia.

«Quizá yo he maleducado a los jugadores y lo que quiero ahora es decirles que lo único importante es el Real Madrid. En ese sentido, el único culpable soy yo». Con esa sentencia abandonaba Florentino Pérez el Real Madrid hace más de siete años. Una confesión que hoy atrapa de nuevo al presidente como una maldición. La única diferencia, los actores. Entonces, Florentino sufrió las consecuencias de fiar la fortuna del club a una colección de estrellas tan capaces de ganar como de perder. De hecho, ganaron y perdieron. Hoy su desconsuelo está más cerca de la irritante decepción que le ha causado el tipo al que trató como al hijo que hereda el imperio, su nuevo rey sol.

A diez días de la final de Copa, el panorama es desolador. Tanto, que se gane o no el título, casi dará igual. Atrás quedarán los anhelos de un hombre que se encuentra siempre con el mismo monstruo al final del túnel. Agotada su segunda gran aventura, cabe preguntarse si el presidente será capaz de sobrevivir a un tercer episodio de esquizofrenia. Puede que hoy divida sus pensamientos entre la odisea de cerrar la herida abierta por Mourinho y la fantasía infantil de fabricar una nueva ventana llena de ilusión y servilletas en la que, de nuevo, sea él el que maneje la dirección deportiva del Real Madrid. Niños, siempre es culpa de los niños.

Motín a bordo camino de la remontada

Llevo una semana leyendo y escuchando que los jugadores del Real Madrid deben bañarse en el espíritu de los Juanito, Camacho y Santillana para lograr remontar la humillante derrota en el Westfalenstadium. Lo dudo. No creo que ningún futbolista de la actual plantilla pueda somatizar los sentimientos, el orgullo y la pasión de un grupo que construyó su propia leyenda a partir del talento, su atómica personalidad y la anarquía bulliciosa que reinaba en un estadio que lleva una década sin rugir como dios manda. Todo el que haya visto un partido de pie en el Bernabéu sabrá a qué me refiero. Pero sobre todo, porque los Casillas, Ramos, Alonso o Cristiano ya han devorado fantasmas mucho más tormentosos a lo largo de su carrera. Ya han ganado títulos colectivos e individuales a los que aquellos futbolistas ni se acercaron. Ya han hecho su camino. Sólo deben continuarlo y engrandecerlo.

Descartado el milagroso contagio de un espíritu que lleva años muerto, y señalados una vez más por José Mourinho como responsables de todos los males que castigan al equipo, a los jugadores del Real Madrid sólo les queda una vía de escape para recuperar su libertad y orgullo profesional: un motín futbolístico y emocional que les empuje a derribar todas las barreras impuestas como mordaza durante los últimos años. Borrar cada registro táctico oído hasta ahora, olvidar todas los mensajes miedosos de su entrenador, y fiar la machada a su talento y ambición. En definitiva, recuperar la ingenuidad y volver a divertirse jugando al fútbol.

Hace una semana en Dortmund fueron bañados, superados y aplastados por un equipo que explotó todas las taras acumuladas en la libreta de su jefe. La incapacidad para gestionar la pelota durante los ataques largos, la imposición de tareas impracticables para jugadores como Özil y la creencia supersticiosa de que el éxito está más cerca colgados del larguero mediante la especulación, que en la naturaleza de una plantilla cara, talentosa y abandonada a la despótica idealización que su entrenador hace del fútbol. Bien, pues quizá llegó el momento de liberar sus almas e intentar la heroicidad desde su genio y no desde la tacañería del técnico. Deben volver al patio del colegio, porque es allí donde se esconde su Juanito.

Si algo ha quedado demostrado durante las últimas tres temporadas, es que Mourinho es un usurero del juego que lo fía todo a la gestión de los resultados. El problema es que esta noche no hay rentas con las que negociar. Hace ahora un año, el Madrid también tenía que remontar ante el Bayern de Munich en el Bernebéu. Aquella noche los blancos resolvieron la tarea en media hora. Pero la respuesta de Mou no fue finiquitar al rival, sino retroceder para negociar con el resultado. El equipo alemán acabó marcando. Y el desenlace de aquella historia todavía está fresco en la memoria con aquella tanda de penaltis interestelares.

Lo confieso. He tenido un sueño loco, infantil y muy húmedo: que Özil tenga la pelota durante muchos minutos en vez de perseguir avispas; que Cristiano reciba los pases en ventaja, y no que tenga que evitar a tres rivales en cada acción; que Alonso encuentre las camisetas blancas en vez de a su peor versión de legionario, que Ramos adelante la defensa desde el centro de la zaga y nos grite a todos «cabeza alta», en vez de perseguir a los rehenes que Pepe libera por el camino; en definitiva que los jugadores del Real Madrid rompan sus cadenas, con el jefe de cuerpo presente enmudecido en la banda, para alcanzar una remontada improbable, pero que les auparía como la nueva generación de tarados capaces de iluminar el Bernabéu con la pasión que conduce hasta el éxtasis. Una borrachera de fútbol. Salud.