Es tan extraño perseguir la ilusión del año que nace, como maldecir las derrotas del año que muere. 2013 fue muy 1973. Y espero que 2014 no sea nada 1974. Ahora que la M40 vuelve a oler a gasoil quemado y que no queda más remedio que mirar a la primavera como el oasis más cercano, me pregunto dónde tropezaremos este año. Dos leyes mofeta están en camino. La del aborto permitirá que miremos a las mujeres como seres menores incapaces de decidir lo que ocurre dentro de su cuerpo. Y la de seguridad ciudadana nos ayudará por fin a ver a la policía de color gris y a los vigilantes de seguridad como los tipos más orgullosos de la calle, porque les piensan regalar la calle.
Me asomo a la ventana y vuelvo a ver a los pies negros escondiendo su ropa y sábanas en la alcantarilla. Micheal Schumacher ha desaparecido de las portadas. Me arrepiento de no haberle regalado la pizza al tipo que rajaba mi bolsa de basura frente a mi portal. Miro el asfalto de mi barrio y entiendo que por fin vivo en una urbanización con campo de golf. He vuelto a soñar que me queda una asignatura para acabar la carrera. Reviso mi cuenta corriente y La Caixa me ha vuelto a hacer uno de esos cargos de mantenimiento que valen una compra en el super. Quiero afeitarme a ras por primera vez en tres años y no me atrevo. Escucho a Dj Shadow y no comprendo nada. Leo que han detenido a cuatro reporteros de Al Jazira en El Cairo y pienso en Rocío y su afición por saltarse los toques de queda.
Tengo que llamar a mi tío Carlos. Nunca lo hago. Y estaría bien que supiera que su colección de discos vuelve a girar veinte años después. Pienso en mi abuela. Tampoco la llamo. No puedo. Me mata la pena. 2 de enero de 1974. Todavía no he nacido, mis padres están a punto de conocerse, Gallardón todavía va a misa, Rajoy sueña con el país silencioso que gobernará algún día, faltan nueve años para que nazca mi mujer y la vida, la vida que tendré, me sorprende de nuevo esta mañana. Espero que encontremos ruido con el que bailar. Me encanta bailar.