Nuestro vecino Olof Palme

La mayoría identificará a Olof Palme con el nombre de alguna calle de cualquier ciudad española. Un reflejo de aquellos años 80 en los que los socialistas renombraron o nombraron nuevas calles con su mártir contemporáneo más popular. Puede que si se le preguntara a los vecinos de cualquier calle Olof Palme sobre Olof Palme, no supieran qué contestar. Esto no es sorprendente. Ocurriría lo mismo con los vecinos de Alberto Aguilera o Blasco de Garay. Y seguramente, solo Colón, Del Bosque o Miguel Indurain escapen a este vacío.

Cuando hace un par de noches tropecé con el documental sobre el hombre que comparó los bombardeos sobre Vietnam con los campos de concentración nazis, logré, por fin, completar el dibujo de una sombra vaga que ha paseado por mi memoria durante años. Aquel presidente sueco al que asesinaron un viernes por la noche cuando salía del cine con su mujer.

Olof le tocó los cojones a mucha gente. En su larga lista de agraviados aparecían personajes atómicos como Nixon, Franco, Thatcher o Pinochet. Pero sobre la vida de este extraño político, el rasgo que más me sorprende es su largo viaje desde la comodidad de una infancia burguesa a la lucha de clases. Aquel viejo sueño destruido por los totalitarismos en la II Guerra Mundial, y prostituido durante medio siglo por la URSS y sus pobres países satélite. Quién escaparía a un destino lleno de lujo para transformar un país muy rico, en un país muy rico y solidario con los suyos y con los que llegaban desesperados. Ya saben aquella milonga de sanidad y educación universal, impuestos en función de la renta y bla, bla, bla.

El hoy apaleado estado del bienestar se inventó en Suecia, y tuvo en Palme a su más decidido hacedor y defensor. Será por esto, que ahora que los gobernantes a los que hemos votado y aupado hacia nuestro desastre nos repiten que es imposible sostener una sociedad en la que se proteja al débil, me resulte más fácil comprender en qué tramo del círculo nos encontramos. Cada vez más cerca del infierno que llevamos dentro. Y cada vez más lejos de nuestras soñadas vacaciones en la calle Olof Palme de Formentera.

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